lunes, 22 de junio de 2015

Codo con codo - Capítulo 11

—¿De verdad no tienes nada con tu amigo? —Su voz suena dura, haciendo que me estremezca un poco. Me apetece fundirme con el ladrillo de la fachada que tengo detrás o convertirme en un camaleón capaz de cambiar de color y así pasar inadvertida.
—No, no hay nada. —Hago una pausa. Bueno, creo que siempre he tenido un pequeño enamoramiento con él…, pero no es correspondido, te lo aseguro. Como es evidente, eso no se lo digo. Solo somos amigos
—No sé, Elena… ¿Sabes eso que dicen de que los hombres muestran exactamente lo que hay? ¿Que no hay dobles tintas? Las mujeres os empeñáis en creer que todo tiene un mensaje oculto, pero, cuando un hombre te dice que te quiere, es de verdad.
—Ya sé que me quiere. —Le frunzo el ceño—. Es mi mejor amigo.
—Sabes a lo que me refiero. Te conozco desde una semana y ya te ha llamado dos veces, estando yo presente. Nadie se preocupa tanto por su mejor amiga, a no ser que sea porque, en realidad, la considere algo más. —Estira ambos brazos a mi alrededor apoyando las palmas en la pared, cerca de mi cabeza, de modo que estoy atrapada en una jaula humana hecha con su cuerpo.
—No, Lucas. —Niego con la cabeza—. Esto no es así. Nosotros… Luis y yo, un día ya nos enrollamos…, pero él paró porque dijo que no podía continuar. ¿No lo entiendes? No le gusto.
—O a lo mejor le gustas tanto que no podía joder contigo cualquier cosa que tuvierais antes de ese día.
—No sé… no. No creo. —Niego con la cabeza—. Lo que ocurre es que para Luis soy alguien con quien se entiende y se divierte sin sentirse en la obligación de llamar al día siguiente, después de haberse acostado. ¿No lo ves?
—No le conozco, Elena, y no sé cómo sois cuando estáis juntos…, pero, joder… —Se pasa la mano por el pelo, como rebuscando en su cuero cabelludo algo que esclarezca sus pensamientos—. Y que conste que tampoco me siento con el derecho a ponerme celoso… —Frunce el ceño—. Pero, puf… me está costando mucho evitarlo.
—¿Estás celoso? —pregunto extrañada.
—Ya lo creo, joder —gruñe él—. Entiendo que acabo de llegar a tu vida y no puedo exigirte nada…, pero te juro que llevo toda la semana pensando en ti, y no te imaginas cuánto tiempo hacía que no me pasaba algo así.
—¿En serio?
Madre del amor hermoso. Si es que estoy abocada al fracaso; voy de Guatemala a Guatepeor. ¿Quién me mandará a mí meterme en estos follones? No tengo yo bastante con tener la cabeza hecha un lío por uno rubio, que ahora me junto al moreno también. Y lo peor de todo es que se me cae la baba al pensar que este tío está celoso porque hablo con mi mejor amigo. ¡Y lleva toda la semana pensando en mí! La hostia puta. Esto es mucho para digerir. Pues podría haberlo demostrado un poquito, ¿no? No quiero darle la satisfacción de decirle que yo también he estado toda la semana pensando en él, pero ya podía haberme dejado un poco más claro que él también estaba interesado en algo más, ¿no? Más que nada para que mi pobre cerebro descansara aunque fuera un ratito, que con tanto analizar su comportamiento me parecía que iba a explotar de un momento a otro.
—En serio —susurra mientras los centímetros entre nuestras bocas disminuyen. Siento su aliento fresco y caliente al mismo tiempo sobre mis labios. Su olor, el calor que desprende su cuerpo, todo él me embriaga y cierro los ojos.
El beso es suave al principio, pero se vuelve más violento y pasional con el paso de los segundos. No sé qué me pasa con Lucas, pero me libera. Cuando estoy con él se me olvida que el mundo sigue a nuestro alrededor, que hay nueve planetas y que todos giran siguiendo su órbita en torno a una estrella gigante denominada Sol. Se me olvida que estoy en mitad de la calle de una ciudad pequeña, donde la gente me conoce… En fin, me transformo en un ente con cuerpo de plastilina que solo quiere seguir besando sus labios y ser tocada y moldeada, como si fuera el trozo de barro que utiliza Demi Moore en Ghost, por esas manos tan cuidadas y masculinas.
En un momento determinado, no sé cómo lo consigo, pero recuerdo que mi amiga Candela está sola en el bar, esperando por nosotros y me obligo a mí misma a separarme de él.
—Lucas… Candela. —Es lo único que logro decir mientras él mordisquea mi cuello.
—No, Elena. Candela se fue hace un rato a su casa —responde él con la voz ahogada por los besos.
—¡Mierda! ¿Se fue? —pregunto sorprendida.
—Pues sí. Tenía que hacer no se qué. —Continúa con el recorrido desde mi cuello a mi mandíbula. Va dejando besos y mordiscos alternativamente por toda la zona y siento cómo los poros de mi piel se hinchan y el vello se me eriza. La cabeza empieza a darme vueltas y, como no pare, no voy a ser capaz de contener el gemido que se está gestando en la base de mi garganta.
Dudo mucho que Candela tuviera algo que hacer un domingo por la tarde. Esta cabrona seguro que nos ha dejado a solas a propósito.
—Ya, sí, no sé qué —digo poniendo los ojos en blanco—. Espera, para. —Dios, seguro que estamos montando un espectáculo—. Lucas, para, por favor. La gente nos está mirando.
Una pareja de la edad de mis padres pasa a nuestro lado. La mujer nos mira con aire reprobatorio. Solo le falta decir esa frase tan típica de «esta juventud de hoy en día». El problema es que yo ya no soy esa adolescente con las hormonas revolucionadas y sin responsabilidades que podía andar dándose el lote por la calle sin ninguna repercusión importante. Y solo de pensar que me pueda ver alguien conocido o un paciente hace que me muera de la vergüenza.
Parece que a este chico le da todo igual o no entiende mis palabras, porque me cuesta Dios y ayuda separarle de mi cuello.
—Venga, vamos a mi casa —digo mientras intento recordar cómo era el estado de esta cuando me fui esta mañana. Platos recogidos, ropa sucia en el cubo, cama hecha… Vale, creo que está todo en orden. Y el hecho de ir a mi casa sí que parece ser un aliciente suficiente para dejar libre mi anatomía. Nos desenredamos del lío de brazos y lenguas y nos encaminamos hacia mi coche sin mediar palabra.
El silencio vuelve a hacerse algo incómodo y yo estoy repasando de forma mental mi grado de depilación cuando él comienza a hablar.
—Oye, Elena. Y ¿dices que a ti, ese tal Luis, te gusta?
Mierda. Pensé que había conseguido que no le prestara demasiada atención a mi pequeña declaración kamikaze.
—A ver… es complicado. ¿Sabes esa frase que dice que quieres todo aquello que no puedes tener?
—Sí, claro —responde él asintiendo, mientras frunce el ceño.
—Pues eso es lo que me pasa a mí con Luis. Cuando le conocí, hacía poco que había roto con mi novio… y él fue un soplo de aire fresco. Al principio, pensé que sí podríamos tener algo…, pero él no es hombre de una sola mujer, ¿sabes? Además, sé que no se toma nada en serio. Y yo, a estas alturas, no sé…
—¿A estas alturas, qué? —pregunta él levantando una ceja, impaciente.
—Pues que a estas alturas ya no sé si estoy dispuesta a perderlo por algo que tampoco sé si va a llegar a buen puerto, ¿entiendes?
Llegamos a mi coche y ambos nos montamos. Me parece que somos los dos muy dados a los silencios, o que estamos totalmente enfrascados en nuestros pensamientos, porque volvemos a permanecer callados un rato. Lo miro de reojo un par de veces para comprobar que sigue observando la calle desde la ventanilla del copiloto. Coge aire, como si fuera a hablar, pero no dice nada. No es hasta dos veces más tarde que consigue pronunciar las palabras.
—Pero, si supieras que él siente algo por ti y que está dispuesto a dar el paso, ¿lo intentarías?
Lo miro un poco sorprendida, porque no entiendo a qué viene tanta insistencia. ¿Qué más le dará a él? La primera respuesta que me viene a la cabeza es un sí rotundo. «Claro, por supuesto que lo intentaría». Pero luego me acuerdo de todas las veces que he estado a punto de dar el paso para luego retroceder, de todas las veces que él me ha contado sus escarceos nocturnos, lo que he oído en la sala de café entre médicas y enfermeras… No. Luis es mi mejor amigo y, si no fuera un gigoló, sería el hombre perfecto…, pero, el problema es que sí que lo es. Y yo no podría con eso.
—Eso no va a ocurrir, Lucas. Y, además, tampoco sé si lo haría…
—Entonces, ¿qué es para ti esto que tenemos nosotros? —me pregunta él, girándose para mirarme.
Cambiando de tema, ¿no?
 «No puedes quedar como una gilipollas de nuevo, Elena. Por lo menos, con Lucas tienes que mostrarte fuerte desde el principio. ¿Que te mueres por sus huesos? Sí. ¿Que harías todo lo que él te pidiera ahora mismo? También. Pero eso él no puede saberlo, así que finge que esto es solo un rollo.»
—Hombre, pues no sabría decirte…, pero tampoco creo que haya un nosotros, ¿no?
El silencio que precede a su respuesta es sepulcral. Cuando llegamos a un semáforo, lo miro, porque no sé qué pasa con él. ¿Le ha dado un ictus? ¿Se ha atragantado con una mota de polvo y está intentando contener un ataque de tos hasta ponerse morado? Pero no, él simplemente sigue observando a los peatones, distraído.
—Bueno, un nosotros hay, ¿no? —Cuando vuelve a hablar, casi estamos llegando a mi garaje. De hecho, ya no esperaba su respuesta, así que me asusto un poco—. Lo que importa es que ambos tengamos claro lo que significa.
—¿Y qué significa para ti? —Ahora tengo curiosidad por saber qué piensa él. Si dice que quiere que nos casemos mañana mismo y que tengamos cinco hijos, aceptaré. Pero espero que no diga eso, porque no tendría ni siquiera vestido y siempre he querido tener una boda de princesas. Mierda, y tampoco estoy ovulando. Tendremos que aparcar esas ideas para más adelante.
—Significa que me pareces preciosa, inteligente y divertida, pero que no me siento preparado para una relación. —Au, eso duele. Yo aquí imaginándome destinos de luna de miel y él diciéndome que solo quiere un rollo. Mierda.
—Vale, estamos de acuerdo, entonces.
«¡Muy bien dicho, Elena! ¡Así se hace!»
¿Qué es ese ruido? Ah, sí, tu corazón rompiéndose en mil cachitos más y más pequeños.
Ya he aparcado el coche y estamos entrando en el portal, cuando él dice.

—Perfecto. 

domingo, 7 de junio de 2015

Codo con codo - Capítulo 10

Cuando terminamos nuestras bebidas, nos decidimos por un bar de tapas para comer. Mi obsesión por la manera de comportarse de ambos parece disolverse un poco entre bocado y bocado.
Mi madre siempre dice que no se puede tratar conmigo cuando tengo hambre. Necesito que el buche se me llene, por lo menos hasta la mitad, para ver las cosas con un poco de perspectiva. Así que, después de un par de raciones, me parece que Candela ha vuelto a ser un poco más ella misma, aunque sigue actuando de manera extraña. Empiezo a pensar que lo hace para darme un empujón porque, en realidad, no parece estar interesada en Lucas más allá de lo cordial. Además, eso no sería de muy buena amiga, ¿no?
El restaurante que hemos elegido es una de esas cervecerías modernas que tienen cuatro chorradas para comer, pero que están todas buenísimas. Y yo me he pasado al agua porque, como siga bebiendo alcohol, no voy a poder coger el coche con el que mañana tengo intención de ir al hospital.
La charla se ha vuelto menos trascendental, en todos los sentidos, y los tres estamos pasando un buen rato. Hablamos sobre el tráfico, un parque nuevo que van a construir cerca del hospital y sobre cine. Descubro muchas cosas sobre Lucas, como que le encantan las películas de terror y, sin embargo, detesta los musicales. Dice que la música no se puede frivolizar de esa manera, que para disfrutarla de verdad hay que escucharla en directo o desde un buen equipo de música. Nada de cuatro adolescentes engominados y con mallas gritándole al amor desgañitados. Me entra la risa porque al decir esa última frase se lleva la mano al pecho y mira al cielo, fingiendo uno de esos ataques. No estoy de acuerdo con él en absoluto, porque adoro los musicales desde que vi Sonrisas y Lágrimas con tres años, pero me gusta que le guste la música en vivo. Además, el cine de terror sigue siendo uno de mis géneros favoritos aunque tenga que verlo con un solo ojo –el otro suele estar tapado por un cojín, la manta, o el cartón de las palomitas–.
Pedimos un café y estamos en la sobremesa cuando mi teléfono suena desde mi bolso.
—¿Sí? —respondo tras comprobar quien llama.
Hey, nena. —La voz de Luis retumba contra mi tímpano. Usa ese tono gamberro que me hace sonreír—. ¿Qué haces?
—Estoy comiendo por ahí con Cande y Lucas. —El ruido del local me impide escucharle correctamente, así que me levanto de la mesa mirando a ambos y haciendo un gesto con la mano para explicarles que salgo fuera para hablar por teléfono—. Espera, que no te oigo bien —continúo cuando estoy en la calle—.Ya.
Así que estás comiendo otra vez con ese Lucas, ¿eh? —me dice él pronunciando su nombre con un poco de retintín
—Iba a comer con Cande, pero nos lo encontramos. ¿Por qué? ¿Te molesta? —digo tomándole el pelo.
Ya sabes que odiaré a cualquier hombre que pase más tiempo que yo contigo —responde él con un tono divertido.
—¿También a Jaime y a Diego? —me río por su actitud infantil—. ¿Y a mi padre? —añado con falsa ironía.
Bueno, a ellos se lo perdono porque son de tu familia… Y porque no quieren acostarse contigo. En cuanto al resto… están muertos si se atreven a ponerte un dedo encima.
Y, como siempre, el tonteo está ahí. No creo que sea consciente del daño que me hacen sus palabras, y no sé hasta qué punto él se lo toma en serio, pero, después de este tipo de conversaciones, yo necesito una sesión de terapia con mucha comida o mucho alcohol, en su defecto.
—Ay, nene, ¡qué agresivo te pones! —Me río—. Ya sabes que no eres mi novio y que no puedes controlarme.
Que no sea tu novio no significa que no me importe con quién estás o quién te toca… Elena —dice mi nombre en un susurro y parece que la conversación ha pasado a ponerse un poco más seria. El tono de su voz se ha transformado y ya no suena tan bromista como antes.
Joder, ¿lo veis? Es que ya no sé si estoy malinterpretando las cosas. Cuando se pone así, me parece ver que él siente algo por mí también. Pero, como siempre, soy demasiado cobarde para salir de dudas. Prefiero tenerlo como amigo que no tenerlo de ninguna de las maneras. Y sé que, si él volviera a rechazarme, yo no podría seguir adelante sin dañar nuestra relación de manera irreversible. Mi autoestima ya está bastante por los suelos, así que intento quitarle peso al asunto.
—Venga, Luis. —Suelto un suspiro—. No te enfades. ¿Querías algo?
No, nada…—Él también suspira—. Solo llamaba para ver cómo estás.
—Estoy bien, tonto. —Cierro los ojos y me froto la frente. Voy caminando de un lado a otro por la acera, pero me paro para preguntarle bajito—. ¿Y tú?
Bien, también… Es que el otro día, al final, me quedé un poco rayado después de hablar por teléfono contigo.
—¿Sí? No tenías por qué, bobo. Lo del puesto ha sido un poco extraño, pero bueno… ya sabes que no tenía ninguna esperanza.
Ya…, pero aún así, no sé, te noté tan rara… Pensé que, a lo mejor, habías decidido ponerte esa fachada de mujer dura que usas cuando estás que te cagas por la patita. Ya sabes, —se ríe un poco—, como cuando nos conocimos.
—Luis, hace como siete años que nos conocimos… —Me río un poco—. Ni siquiera creo que te acuerdes.
—¿Cómo no me voy a acordar? Conocí a la mujer de mi vida ese día, Elena. —Y, como siempre, mi nombre sale de entre sus labios como si fuera algo especial, mágico y poderoso.
¿Qué hago? ¿Cómo puedo dejar de hacer algo que me provoca tanto daño, pero que, al mismo tiempo, me llena? Sé que es masoquismo puro y duro, pero no puedo salir de esto.
Me cuesta sangre, sudor y lágrimas, pero vuelvo a tomar una actitud divertida, porque me ayuda a tomarme las cosas menos en serio. Si yo misma me convenzo de que esto es cachondeo, sufriré menos. Tengo que repetírmelo mentalmente varias veces como si fuera un mantra para poder seguir adelante con la conversación sin delatarme.
—Anda, tonto. No me digas esas cosas, que me enamoro.
—¿No lo estás ya? Ya sabes que yo te quiero. —A pesar de notar que está bromeando, no puedo evitar pensar que todo esto quiere decir algo más.
Siempre he pensado que las bromas son una forma más sencilla de decir verdades. Hay gente que presume de ser muy sincera, pero, incluso para ellos, es menos complicado decir una verdad cuando lo dices con una broma.
Cuando mi hermana Claudia lo dejó con su novio en el instituto, se dedicó a comerse todo aquello que contuviera un porcentaje de grasas trans superior a lo permitido de manera legal. En pocos meses, se puso como una vaca, pero ninguno de nosotros podíamos decírselo, ya que contribuiríamos a que comiera más y más por la depresión de haber perdido también su bonita figura. Así que, cuando me preguntaba si estaba como una foca, yo siempre le decía «No, Clau, como una foca, no. Como un león marino». Lo decía mirándola con ironía, para que quedara claro que estaba de coña aunque, en el fondo, sí que pensaba que estaba bastante gorda.
Muchas veces es más fácil decir las cosas de esa manera que la verdad a secas. ¿Por qué? Porque las verdades duelen. Incluso las buenas. Son como un puñetazo en la boca del estómago que te deja sin aliento durante unos segundos. Algunas duelen más que otras, y algunas tienen efecto a la larga, pero todas duelen. Cada decisión que tomamos, cada acto y, en definitiva, todo lo que hacemos tiene una repercusión. Y, a veces, no somos conscientes del daño que le hacemos a la otra persona con nuestra sinceridad. Así que es mucho más fácil decirlo todo de risas, con bromas. Si la otra persona se ofende, siempre puedes aludir a que no lo decías en serio, que estabas de coña y, esta te creerá porque le convendrá más creer eso que la verdad, que es lo que en realidad hace daño.
Me pesa tanto el corazón dentro del pecho que creo que está apretándome los pulmones impidiendo que el aire entre del todo. El diafragma me comprime la base del estómago y se me revuelve la comida que empieza a ser digerida. Me froto la frente, me despeino el pelo y respiro de manera entrecortada. Y todo esto intentando aparentar normalidad porque, ante todo, no puedo dejar que él note lo que me hace sentir.
—Luis, venga. Vamos a dejarlo, porfa. —Mi paciencia empieza a flaquear porque, aunque yo también estoy bromeando, hace tiempo que esto dejó de ser un juego para mí y mi pobre corazón se resiente cada vez más con sus palabras.
¿Por qué, Elena? ¿Te pone nerviosa que te diga que te quiero? —Y él parece haberse dado cuenta también de que volvemos a ponernos serios.
No sé ni cómo ni cuándo empezamos con esta relación tan dañina, al menos para mí, pero cada vez aparecen más estos momentos de seriedad, que me ponen muy nerviosa. Y, la verdad, me dan ganas de decirle que sí, que me pone de los nervios que me diga que me quiere, porque no lo hace como yo quiero que lo haga. O que acabemos de una vez por todas con esta tensión que no sé de dónde sale, o si va hacia algún lado…, pero que, por el camino, a mi me está dejando hecha una puta mierda.
—No, Luis. Sé lo mucho que me quieres y ya sabes que yo también te quiero mucho, pero…
No le había oído llegar, pero, al girarme sobre mí misma para apoyarme contra la pared del edificio, veo a Lucas detrás de mí con el ceño fruncido. Bueno, esto es la leche. Encima, todavía se enfadará.
Lo que pasa es que no creo que sepas cómo te quiero yo, Elena. —Luis, sin saber quién está oyendo la mitad de la conversación, continúa. Pero ya no puedo prestarle atención.
—Claro que lo sé, tonto. Eres mi mejor amigo. —Y lo digo más para que lo sepa Lucas que para Luis, para que entienda que solo estoy hablando con un amigo.
No sé por qué, pero me siento como una zorra traidora. Hasta hace unos segundos, mis sentimientos hacia Luis eran tan intensos que había olvidado por completo que Lucas me esperaba dentro del restaurante con Candela. Pero, ahora que lo tengo delante, la sensación de que mi amigo ha pasado a un completo segundo plano me invade y solo puedo mirar fijamente al chico parado frente a mí.
Apoyo la espalda contra la pared, buscando un soporte que aguante mi peso. Lucas se aproxima despacio hacia mí, con sus pupilas de color negro intenso rodeadas por un iris esmeralda con vetas doradas fijas en las mías.
No sé cómo lo consigue, pero tengo la sensación de que este hombre es capaz de leerme los pensamientos solo con mirarme y eso me aterra. Porque entonces descubrirá que estoy hecha un lío, que estoy medio enamorada de mi mejor amigo y de que, al mismo tiempo, empiezo a sentir algo muy intenso por él, cosa que es absurda, ya que apenas nos conocemos.
Los centímetros se van reduciendo entre nosotros, hasta que su pecho está rozando el mío. Me invade el olor de su colonia, tan masculino, con una base de madera y especias, que llega a mi pituitaria y le envía a mi cerebro un montón de mensajes pecaminosos. El silencio al otro lado del auricular me recuerda que Luis aún no ha respondido a mis últimas palabras, así que vuelvo a hablar.
—Luis, tengo que dejarte, ¿vale? —Espero unos segundos; no hay respuesta—. Hablamos más tarde.
Está bien, Elena… —Suspira audiblemente y vuelve a hacer eso que hace cada vez que pronuncia mi nombre—. Pero creo que va siendo hora de que tengamos una conversación seria.
—¿Una conversación seria? —pregunto extrañada—. ¿Sobre qué?
No es algo sobre lo que me gustaría hablar por teléfono, la verdad.
—Está bien. —Suspiro—. Cuídate, porfa.
Claro, nena. —Hace una pausa—. Un beso.
—Un beso.
Finalizo la llamada aún con mis pupilas fijas en las de Lucas. El silencio se hace insoportable, así que estoy a punto de romperlo cuando él se me adelanta.



sábado, 30 de mayo de 2015

Codo con codo - Capítulo 9

El domingo por la mañana quedo con Candela para ir a dar una vuelta y comer por el centro. Me llamó hace un par de horas rogando atención, alegando que se sentía muy sola.
Bienvenida al club, my dear.
Estamos hechas la una para la otra, por eso de ser las únicas que no tienen plan para el domingo. Sofía está con el chico que conoció en el Soho, que ya sabemos que se llama Guillermo y que es abogado, que besa muy bien y que conduce un BMW. El grupo de las Catas estuvo ayer bastante monopolizado por ese tema de conversación. Laura está con Carlos, ultimando los detalles de la luna de miel y esas cosas que se planean antes de una boda. Como nunca he organizado una, no tengo muy claro qué es lo que hay que hacer. Así que las dos que estamos solteras y abandonadas nos vamos por ahí a pasar el día aprovechando el buen tiempo. Paso a recogerla por su casa con mi coche y nos dirigimos hacia el centro.
—Mmm, todavía huele a nuevo —suspira Candela cuando se sienta.
—Sí, a ver cuánto le dura —digo mientras miro por el retrovisor y pongo el intermitente a la izquierda para incorporarme al tráfico—. ¿Cómo estás, churri?
—Ahí voy, Len, ahí voy. ¿Qué te voy a contar a ti de rupturas, no…? Pero bueno, por lo menos, sabías que él te quería. Yo no puedo decir lo mismo de Pedro.
—No me puedo ni imaginar lo duro que tiene que ser, la verdad —digo mientras la miro de reojo. Me da tanta penita… La verdad es que es una chica muy guapa, a pesar de que no se saca todo el partido que podría. Tiene una melena rubia que le llega por los hombros, los ojos muy grandes de color miel, la naricita redonda y unos labios carnosos que ya quisiera yo. El conjunto es bastante angelical, pero no te puedes dejar engañar por su aspecto dulce, porque dentro se esconde una mujer segura e inteligente capaz de sacar adelante cualquier reto que se le plantee—. Pero bueno, ya han pasado dos meses desde que te enteraste así, que, poco a poco, estás mejor, ¿no?
—Pues, hombre, sí. Pero, bueno… es muy duro. Ya sabes cómo soy… —Suspira audiblemente—. No creo que pueda confiar en otro hombre después de lo de Pedro, Len…
—Que sí, mujer. Ya verás. —Le doy un par de palmaditas en la pierna con la mano derecha—. Solo necesitas tiempo y encontrar a la persona correcta.
—No sé, tía… Bueno, cambiemos de tema que me entra el bajón. —Menea la cabeza un par de veces y cambia el tono de voz—. ¿Cómo estás tú con lo del señor buenorro? ¿Has hablado con él? —me pregunta con curiosidad.
—No, tía. O sea, hablamos en el trabajo y eso…—respondo yo—. Pero no le di mi teléfono.
—¿No? ¿Y eso por qué? —pregunta ella, sorprendida.
—Pues, porque… No sé, Cande. Tiempo al tiempo, ¿sabes? —Veo que hay un sitio libre para aparcar y pongo el intermitente para que nadie me lo quite—. Ya hemos ido bastante rápido con todo… y no quiero empezar a obsesionarme con si me llama o me escribe… —Aparco a la primera y ambas nos bajamos del coche—. Prefiero tomármelo con calma.
—Haces bien —sentencia ella—. Lo más importante es que te lo pases de puta madre y que sufras lo menos posible. Pero, ¿serás capaz de aguantarte?
—Pues no lo sé, pero ya se verá.
Caminamos hacia una terraza y nos sentamos en la primera mesa libre que encontramos. A pesar de estar en septiembre, el tiempo todavía no está demasiado frío y hoy el sol ha decidido hacer acto de presencia. Así que disfrutamos un poco del buen tiempo que todavía se mantiene. Una camarera un poco hortera viene a tomarnos nota y ambas pedimos una caña. Como traigo el coche, solo me permito tomar una bebida con alcohol, así que me decanto por cerveza.
Estamos terminando nuestra consumición, cuando veo a lo lejos a un hombre que me resulta familiar. Tiene una figura alta y musculosa, el pelo castaño oscuro ligeramente más largo por la parte de arriba y, según se va a acercando, unos ojos verdes enmarcados por unas pestañas largas, espesas y oscuras le delatan. Lucas. No es que la ciudad sea demasiado grande, pero no contaba con encontrármelo. Es muy entretenido verlo caminar. Tiene un andar muy sexi, como si supiera lo guapo que es.
¡Coño, como para no saberlo!
Lleva unos vaqueros oscuros y un jersey de punto gris debajo de una cazadora de cuero negra, y está para comérselo. Lo sigo con la mirada desde detrás de mis gafas de sol, intentando disimular, pero estamos muy cerca de la acera por donde pasan los peatones, así que estoy segura de que me verá en cuanto se aproxime.
—Cande, ¿ves a ese moreno que viene por ahí? —le susurro a mi amiga con disimulo.
—Hostias, sí. —Lo mira embobada sin un ápice de discreción—. ¿Quién es?
—Tía, por favor, disimula un poco. —Le dedico una mirada de reprobación a mi amiga—. Es Lucas, Cande. ¿Qué hago?
—¿Cómo que qué haces? Pues nada, Len, tú sigue hablando conmigo como si no lo hubieras visto y ríete de algo súper gracioso.
—¿Que me ría de qué?
Mi amiga estalla en carcajadas mientras yo la miro asombrada. Ella me envía dardos con la mirada y me da un pisotón bajo la mesa, lo cual interpreto como su señal para decirme que se está acercando y que tengo que empezar a reírme. Y empiezo a hacerlo de la manera más falsa y extraña que alguna vez haya salido de mis labios.
—¿Elena?
Finjo secarme unas lágrimas inexistentes de las comisuras de mis ojos mientras me giro hacia él.
—¡Lucas! —grito, fingiendo sorpresa—. No esperaba verte hasta mañana, ¿qué tal?—. Mi voz suena tan rara… no sé qué coño estoy haciendo.
—Pues estaba yendo a comer algo —dice él metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón. No le conozco lo suficiente, pero diría que le da un poco de vergüenza haberme encontrado aquí, por la forma en la que me mira.
—Ah, ¿sí? Por cierto, te presento a mi amiga Candela. —La miro a ella—. Este es Lucas Martín, Cande.
—Encantado —le sonríe a mi amiga de manera educada.
—Lo mismo digo, Lucas —responde ella con la misma sonrisa—. ¿Ibas a comer con alguien?
Miro a mi amiga de reojo, con todo el odio que mis gafas de sol de cristal de espejo dejan traspasar, mientras ella finge no darse cuenta.
—Pues la verdad es que iba a comer solo —dice él, un poco compungido.
—Ah, ¡genial! ¿Quieres venirte con nosotras? —le pregunta ella muy animada.
Bueno, yo estoy aluciflipando con esta tía. ¿Pero no estaba en contra de los hombres, llevando a gala el himno de forever alone? ¿Desde cuándo Candela es una persona tan sociable que habla con desconocidos, y lo peor de todo, del género masculino?
Mi cara debe de ser un poema porque reconozco que me cuesta mucho disimular mis expresiones. Y aquí nadie parece darse cuenta o, simplemente, se la trae al pairo porque Lucas acepta encantado y coge una silla de la mesa de al lado para sentarse con nosotras.
La camarera hortera vuelve en menos que canta un gallo para preguntarle qué va a tomar. Joder, esto es la hostia. A nosotras tardó como diez minutos en venir a atendernos y él apenas ha posado el culo en la silla ya la tiene ahí, con su aleteo de pestañas y sonrisa de oreja a oreja. La miro por encima de mis gafas de sol, con aire reprobatorio y desprecio. ¡Qué manía tenemos las mujeres de coquetear de esa manera tan descarada con un tío guapo! A lo mejor es tan tonta que se piensa que no nos damos cuenta, pero está claro que no es así. Lucas la mira divertido, sonriendo, de manera que la muy idiota se pone aún más coqueta.
—Yo quiero otra caña —digo de malas maneras. A la mierda mi norma de solo una bebida alcohólica. Necesito un poco de fermentado de cebada para relajarme. Ella parece volver en sí misma y me mira, primero con un poco de odio y luego con una sonrisa falsa.
Candela me mira de reojo, sonriendo con maldad.
Sí, guapa. ¿Era esto lo que tú querías? ¿Que me comportara como una perra celosa?
—Yo también —le dice Lucas a la camarera, que sigue esperando su respuesta—. ¿Qué tal el fin de semana? —me pregunta, girándose hacia mí y dándole la espalda a la choni impaciente.
—Pues bien, tranquilo —respondo yo—. ¿Qué tal el tuyo?
—Sí, el mío fue bastante tranquilo también —responde mirándome fijamente—. Ya sabes, ayudando un poco a mi madre.
—Ah, sí, claro. ¿Cómo va tu padre?
—Ahí sigue, aguantando.
Parece que se crea un silencio un poco violento, ya que nadie sabe qué decir. Por suerte, la camarera vuelve con nuestras bebidas y rompe un poco con la tensión.
—Bueno, Candela, ¿y a qué te dedicas? —le pregunta Lucas, tras darle un trago a su cerveza.
—Pues soy médico también del Santa Catalina. Ginecóloga, para ser más precisa.
—Ajá, qué bien.
—Pues sí, además estoy en el área de obstetricia, así que traigo muchos bebés al mundo. —dice ella satisfecha.
—¡Eso es estupendo! Siempre me han encantado los niños —dice él con una sonrisa.
—Sí, a mí también. De hecho, estuve dudando hasta el último momento entre hacer medicina o magisterio. Pero no tengo tanta paciencia como para aguantar a veinte niños correteando y llorando —añado yo con un poco de ironía—. Así que, al final, me decidí por la pediatría… Aunque no sabía que iba a terminar trabajando en oncología. —Frunzo un poco los labios, conteniendo un gesto compungido.
—Ya, trabajar con niños enfermos es muy duro —dice él un poco afectado—. Si ya es complicado hacerlo con adultos, no me quiero imaginar cómo de terrible debe de ser no poder curar a un niño.
—En fin, la verdad es que no es un tema muy agradable para hablar, pero está claro que es horrible —añado en un susurro.
—Bueno, ¡pues busquemos otro tema menos deprimente! —dice Candela con una palmada. Nunca la había visto tan animada. La verdad es que me tiene un poco asustada. ¿Se habrá dado un golpe en la cabeza esta mañana? ¿O tendrá un trastorno de bipolaridad? No puedo evitar mirarla extrañada—. ¿Qué? —me pregunta divertida.
—Nada, nada. —Niego con la cabeza. Como es lógico, no voy a preguntarle delante de Lucas qué es lo que le pasa.
Mi amiga hace como si no se diera cuenta de que la he pillado actuando de forma extraña y sigue fingiendo que todo es normal. En serio, empiezo a preocuparme. No sé a qué se debe su cambio de actitud, pero comienzo a ponerme un poco de los nervios. ¿Le habrá gustado Lucas y por eso se comporta así? Y lo que más me importa… ¿le gustará ella a él?
Lo bueno de llevar gafas de sol es que puedes prestarle más atención a ciertos detalles sin el miedo a que te pillen. Así que estoy observándoles con disimulo, intentando captar cada cosa fuera de lo normal. Soy como un espectador en un partido de tenis, mirando de un lado a otro. No parece que Lucas esté mirándola más de lo debido ni poniendo ojitos ni nada por el estilo, pero, aún así, no me gusta mucho todo este embrollo.
Están hablando sobre algo, no sé qué, porque estoy demasiado absorta en intentar descifrar cada gesto. No estoy muy informada sobre el lenguaje corporal, pero siempre he oído que te delata; una pequeña inclinación hacia esa persona, la postura de tu cuerpo, el movimiento de las manos, el tono de voz…
—¿Eh, Elena? —Al oír mi nombre me doy cuenta de que Candela me está hablando.
—¿Qué? —pregunto, meneando un poco la cabeza e intentando recordar de lo que hablaban, ya que sus palabras sonaban como la típica melodía incómoda que ponen de fondo en los ascensores o en las llamadas en espera de las compañías telefónicas.
—Me estaba contando Lucas que el otro día comisteis en el japo de la esquina y te preguntaba que si os lo habíais pasado bien.
—Ah, sí —digo asintiendo con la cabeza y arrugando la nariz—. Fue genial.
—Ya. —Sonríe ella con malicia—. Lucas me decía que lo pasasteis mejor en el café.
Miro a Lucas, que me observa con una sonrisa divertida. Abro los ojos como si fuera un sapo, alucinando por lo que acaba de decir, pero, por suerte, las gafas de sol ocultan mi gesto de anfibio.
Claro, como es obvio, los tres sabemos lo que pasó en el café, así que me parece surrealista que él le haya dicho eso.
—El café también estuvo genial, sí —admito con una ceja levantada.

Una carcajada ronca sale de la garganta de Lucas, que sigue observándome con determinación. Le sostengo la mirada durante unos segundos hasta que me doy cuenta de que no estamos solos y miro a mi amiga. A ella también debe de parecerle divertida nuestra conversación, porque nos observa alternativamente con una sonrisa y un brillo pícaro en los ojos. 

sábado, 23 de mayo de 2015

Codo con codo - Capítulo 8

El lunes me despierto incluso cinco minutos antes de que suene el despertador.
¡Qué rabia! Odio cuando ocurre eso.
Mire, señor cerebro, a ver si nos ponemos de acuerdo. No hay que despertarse ni pronto, ni tarde, sino ¡a la hora!
He de reconocer que la razón principal de mi despertar temprano es que estoy ansiosa por llegar al hospital para ver al Morenazo. Así que me levanto de la cama de un salto, con más ánimo que nunca, y estiro todo mi cuerpo hasta hacer que me crujan incluso las uñas de los pies.
Pongo una cafetera y, mientras se hace el brebaje mágico que me convierte en persona, me doy una ducha. Me visto con unos pantalones de talle alto en color negro, una camisa amplia de rayas blancas y negras, meto estratégicamente uno de los lados por dentro del pantalón para que me estilice un poco la figura y me maquillo de manera sutil, pero efectiva. Quiero que se me vea la cara fresca y resplandeciente sin que se note que he estado más de media hora maquillándome. Un poco de corrector por aquí, un poco de colorete por allá, rímel… Y ¡listo!
Desayuno todo lo rápido que puedo y me lavo los dientes a conciencia hasta transformar el aliento de sueño, café y tostadas en un fresco olor mentolado. Salgo de casa con las llaves del coche en la mano sintiendo que, a cada paso que doy, me voy poniendo más nerviosa.
Venga, mujer. ¡Madura de una vez!
Me monto en mi Golf y salgo del garaje. Hace un día precioso. El sol brilla desde el cielo azul, despejado de nubes casi por completo. Hay alguna masa blanca esponjosa, pero que no enturbia en absoluto el maravilloso día que hace. El tráfico a estas horas de la mañana suele ser un poco pesado, sobre todo los días que llueve. Pero, como me he despertado pronto y la meteorología está de mi parte, voy con tiempo de sobra.
Mientras circulo por las calles de mi ciudad y voy esquivando a los demás coches, empiezo a hacer conjeturas acerca de mi reencuentro con Lucas.
¿Cómo actuaremos la próxima vez que nos veamos? ¿Seremos naturales? ¿Fingiremos que el otro día no pasó nada?
Hombre, él parecía interesado en continuar, ¿no? Por lo menos, no se veía que le hiciera mucha ilusión que me marchara… Aunque, claro, un hombre con un caso grave de dolor de huevos por inanición sexual tampoco es que sea demasiado fiable. Pero me insistió en que le diera mi número de teléfono… Eso quiere decir que le apetecía repetir, ¿no? O, por lo menos, llegar hasta el final.
En fin, Elena, ¡no te rayes! Ya veremos lo que pasa.
Avanzo a través de la entrada del recinto del hospital, y dejo el coche aparcado en una plaza libre del parking exterior. Camino hasta las escaleras y empiezo a subir peldaños sintiendo que me estoy haciendo vieja. Joe, de verdad voy a tener que empezar a hacer algo de ejercicio. Me sacaría un ojo antes de admitirlo en voz alta, pero, al final, va a tener razón Filomena. Aunque, luego me intento convencer a mí misma de que la nueva moda son las chicas con curvas, ¿no? Mal de muchos, consuelo de tontos…
Llego a mi planta con la lengua casi fuera, la frente brillante por el sudor y el pañuelo del cuello en la mano. Y eso que he cogido el ascensor.
¡Vaya calor!
Veo a Lucas charlando al fondo del pasillo con Antonio, así que me escapo hacia mi despacho antes de que me vean y tenga que acercarme a saludar con la cara como si fuera un Gusiluz.
Ay, no me he preparado lo suficiente psicológicamente. ¿Por qué me da tanta vergüenza verlo?
Me quito las capas de ropa que me sobran y me miro en el espejito que siempre llevo en el bolso para secarme un poco el sudor que hace que mi cara brille como una bombilla. Me recoloco el pelo, me echo un poco de vaselina con sabor a mora en los labios y los aprieto juntos un par de veces para que esta se distribuya de manera homogénea.
Me abanico la cara con las manos, sintiendo que todavía estoy demasiado nerviosa para salir y volver a verlo.
¿Pero qué leches me pasa?
Por Dios, si parezco una adolescente con la cara llena de acné y las hormonas revolucionadas. Hago ejercicios de respiración y me concentro en relajar mi corazón que late desbocado dentro de mi pecho. Solo me falta sentarme en el suelo con las piernas cruzadas, unir los dedos índice y pulgar con las palmas hacia arriba y decir “ohm”.
Mientras me relajo, intento buscar una estrategia para hablar con él. Lo más normal sería que le enseñase la planta, que le contase un poco cómo han sido los últimos casos que hemos tratado y los que tenemos ahora entre manos. Además, tengo que explicarle cuál es nuestro método de actuación y preguntarle cosas sobre su experiencia de Estados Unidos. Si vamos a tener que trabajar juntos, lo mejor será que hagamos una simbiosis de todos nuestros conocimientos para sacarle el mejor partido a la situación, ¿no?
En cuanto a nuestra relación personal… No quiero que se piense que soy una fresca que anda dándose el lote con el primero que encuentra, pero tampoco me apetece darle la imagen de que soy una pava con los hombres.
Ay, Dios. ¡Es que soy una pava!
¿Cómo actuaría una persona de mi edad, madura y razonable, en este tipo de situaciones?
Y ¿por qué me hago estas preguntas tan ridículas?
«Solo tienes que ser natural. Solo tienes que ser natural…»
Suelto el aire un par de veces más y muevo los brazos, como si me estuviera preparando para entrar a un ring de boxeo. Salgo de mi consulta sin pensármelo dos veces para no arrepentirme. Lucas y Antonio siguen charlando con tranquilidad en el mismo sitio donde los vi al llegar, así que me acerco hacia ellos con una sonrisa cordial.
—Buenos días —les saludo.
Ambos estaban tan concentrados en la conversación que ni siquiera se habían percatado de que estaba a su lado. Cuando me oye, Lucas levanta la vista y me sonríe de una manera que hace que mis bragas se bajen solas y se metan directamente en la lavadora.
«Tranquilidad, Elena. Tus bragas siguen a buen recaudo dentro de los pantalones.»
—¡Hombre! —Antonio, que es de estas personas efusivas que se alegra siempre de verte, me saluda con una sonrisa. Es tan gracioso…—. Justo estábamos hablando de ti.
—Ah, pues… —Hago una pequeña mueca—. Espero que fuera bueno.
Él suelta una risotada y Lucas le acompaña, pero de manera silenciosa.
—Claro. Nunca podría hablar mal de ti. —Mi jefe me agarra por el hombro y me acerca un poco hacia donde ellos están parados —. Le estaba diciendo a Lucas que tú te vas a encargar de darle toda la información que necesitéis para poneros manos a la obra. Por lo que he visto, hay un caso en el que el tratamiento no está funcionando y tenemos que buscar alguna solución.
—Sí, bueno…, de hecho, quería hablar contigo sobre ello. —Miro a Antonio en primer lugar, pero luego levanto la vista (con la sensación de que son unos cuantos kilómetros) hasta encontrarme con los ojos verdes de Lucas, que me miran fijamente. Carraspeo con timidez, por la impresión que me acaba de causar encontrarme con sus dos pupilas fijas en las mías, y le explico de qué se trata—. Es una niña de año y medio con leucemia linfoblástica aguda. Se la diagnosticamos hace seis meses y le hemos estado dando quimio. Pero, por lo que se ve, no ha dado resultado y tenemos que realizar un trasplante. Les hemos realizado las pruebas pertinentes a los padres y no pueden donar médula. Los bancos ahora mismo están saturados y tendríamos que esperar unos cuantos meses más. Y no tenemos tanto tiempo, por lo que creo que lo mejor será que busquemos un cordón umbilical compatible. Ya me he puesto en contacto con…
—Haz lo que tengas que hacer —me interrumpe Antonio—. Sabes que confío en tu criterio, Elena. Espero que, entre los dos, consigáis algo. —Nos mira a Lucas y a mí—. Bueno, pues os dejo para que podáis poneros con ello.
Nos da un suave apretón en el brazo a cada uno y se marcha dejándonos solos. Veo cómo mi jefe se aleja por el pasillo y, cuando ya no puedo alargarlo más, me vuelvo para mirar a Lucas de nuevo.
—Hola —dice con esa sonrisa bajabragas.
—Hola —repito como un papagayo.
Él suelta una risita y me hace una señal con la mano hacia el pasillo, para que vayamos hacia su despacho.
—Bueno, entonces…, cuéntame. ¿Qué tal el fin de semana? —dice mientras echamos a andar.
—Bien. —Oh, genial. Qué elocuente soy—. ¿El tuyo?
—Bien, también —dice sonriendo—. Aunque, bueno, el viernes tuve un pequeño problema…
Lo miro de reojo y observo cómo sonríe travieso.
—Ah, ¿sí? —Finjo inocencia.
—Se ve que una preciosa doctora que trabaja en este mismo hospital no quiso quedarse a pasar la tarde conmigo…
—Vaya… —Me muerdo el labio y niego con la cabeza, demostrando una falsa incredulidad—. ¿Y qué fue exactamente lo que ocurrió?
Llegamos a su despacho, abre la puerta y me hace un gesto para que pase.
—¿Que qué ocurrió? —repite él, pensativo—. Pues… —Entra después de mí y cierra la puerta tras él. Se coloca delante de mí y avanza mientras yo reculo marcha atrás hasta apoyar la espalda contra la pared—. No sé si debería decírtelo… es algo entre ella y yo, ¿no crees?
Se me corta la respiración. ¿Qué está pasando aquí?
—Mmm, no sé. Siento curiosidad por…
No puedo continuar hablando porque atrapa mis labios entre los suyos y me da un beso de caerse de culo. Me agarro a sus brazos para no deslizarme por la pared, porque mis rodillas han decidido no colaborar y se han puesto a temblar como gelatina. Su lengua se cuela en mi boca y se enreda con la mía. Sus besos saben a menta y a él. Es un sabor propio que no se puede comparar al de nadie más. Coloca sus manos en mi cintura y me presiona contra su estómago.
Ay, Dios. Creo que se nos está yendo de las manos.
Seguimos besándonos hasta que siento los labios adormecidos. No sé quién se separa antes, pero, cuando lo hacemos, ambos estamos intentando recuperar el aliento.
—Joder —murmura él todavía agarrado a mi cintura—. El recuerdo no te ha hecho justicia, Elena.
Asiento desorientada, sin saber muy bien qué decir.
«A ti tampoco te ha hecho justicia» sería una buena opción. Pero entraríamos en un bucle de repetir lo que dice el otro, y tampoco me parece buena táctica.
Intento pensar de manera racional, así que me separo de él colocando una mano sobre su pecho. No puedo evitar presionar su pectoral un poco más de lo estrictamente necesario deleitándome en el tacto duro de su cuerpo a través de la camisa blanca que lleva.
—Dios, Lucas. —Cojo aire de manera desacompasada, aunque intento normalizar mi respiración—. No podemos hacer esto aquí, en el hospital.
—Sí, tienes razón. —Asiente con la cabeza mientras se aleja hacia su mesa, donde se sienta—. Venga, ¡a trabajar!
Suspiro, por una parte agradecida por que haya cedido con tanta facilidad, pero inexplicablemente decepcionada por la misma razón. No es que prefiriera que se hubiese puesto un poco pesado, pero… en el fondo sí.
¿Cómo puedo ser tan contradictoria?
Me siento en la silla frente a su mesa y nos ponemos al día de los casos que tenemos pendientes. En menos de una hora, nos hemos distribuido el trabajo para ponernos manos a la obra.



El resto de la semana transcurre sin altercados. No hay más besos entre Lucas y yo. Me digo a mí misma que estoy agradecida por ello, pero, en el fondo, me preocupa.
¿Significa eso que ya no vamos a volver a besarnos?
Está claro que la parte preocupada se lleva la palma esta vez.
¿Tendría que haberle aclarado más la situación? ¿Le quedaría claro que me refería a que no quería que nos liáramos en el hospital, pero que no tendría ningún problema en aceptar una cita fuera de aquí?
Esas preguntas no dejan de rondarme por la cabeza durante toda la semana. No puedo evitar ponerme un poco nerviosa cada vez que me encuentro con él. Además, en la reunión de equipo de la semana, me descubro a mí misma leyendo la misma frase veinte veces sin ni siquiera comprender una palabra. ¿Y todo por qué? Porque estoy demasiado pendiente de cada gesto que hace Lucas, que está sentado a mi lado. Siento cada uno de los movimientos que su pierna hace cerca de la mía por debajo de la mesa, el calor que irradia su brazo a escasos centímetros del mío, el leve aroma a champú que sale despedido de su cuerpo cuando se pasa la mano por el pelo… Cada uno de sus gestos hace que se me disparen las señales de alarma y mi sistema nervioso simpático se ponga en marcha acelerándome el pulso.
Además, ¿sabéis esa sensación que se tiene cuando piensas que alguien te está mirando? Como si sintieras un cosquilleo en uno de los laterales de tu cara, que incluso te atreverías a decir que se ha teñido de rojo bermellón. Pues con él me pasa todo el tiempo. Mi parte más serena se niega a darle el gusto de girar la cabeza para comprobar si lo está haciendo o no. Pero, la masoquista y curiosa que hay en mí, de vez en cuando toma el relevo haciéndome mirar en su dirección para ver qué leches observa con tanto ahínco. Y, siempre que he cedido a mis instintos más primarios, él tenía la vista fija en un punto próximo a mí, pero no en mí.
¿Y por qué me desilusiono cada vez que ocurre eso? ¿Por qué se me queda en el cuerpo la sensación de tristeza equivalente a la que me causaría la separación de mi grupo musical favorito? Porque me gustaría que me mirara a mí en lugar del a-saber-qué que hay detrás de mi cabeza. Como si estuviera deseando pillarle con las manos en la masa. ¡Zas! Cazador cazado. Además, la Elena que sigue creyendo en los unicornios y en las hadas rosas se imagina el cuerpo a cuerpo de miradas que se iniciaría en ese momento. Le pillaría mirándome, él me sonreiría, yo le devolvería la sonrisa, coqueta, habría unos cuantos aleteos de pestañas por mi parte, otra sonrisa sexi que me dejaría con el pulso por las nubes y las glándulas sudoríparas en pleno rendimiento, mis niveles de oxitocina alcanzarían el límite de lo permitido, su mano recorrería mi muslo por debajo de la mesa, mi mano abanicaría mi cara y… ¿Qué? ¿Desde cuándo tengo una imaginación tan viva?
Está claro que tanta tensión sexual no resuelta está causando estragos en mi cabeza. Cuando soy consciente de que me estoy yendo por los cerros de Úbeda, imaginando cosas que no debería, me riño a mí misma. Vale que las fantasías sean libres, que ni siquiera nosotros mismos podemos controlarlas y que tampoco esté mal tenerlas, pero… ¡oye! Que lo de vivir en el país de la golosina y en la calle de la piruleta tendría que haber quedado muy atrás. Muerto y enterrado.
El único consuelo que le encuentro a esta situación es que estoy descubriendo a un Lucas muy profesional. Me encanta su manera de interpretar mis ideas y cómo él las complementa para cerrar los casos. Es verdad que todavía no hemos visto resultados, pero, lo poco que hemos podido hacer en lo que llevamos de semana, me gusta mucho. Además, aunque sea abierto y extrovertido, tiene un lado misterioso que me resulta excitante. A veces, se queda en silencio, como encerrado en su mundo. Es en ese momento cuando me permito deleitarme con las vistas que nos ofrece. Le observo cómo frunce el ceño de concentración, cómo se aprieta su mandíbula haciendo que las sienes le aleteen, la manera distraída en la que se pasa la mano por el pelo dejándolo tan desordenado que me apetece alargar la mía para recolocárselo, cómo se muerde el interior del labio inferior… Es como si se concentrara tanto en lo que está haciendo que se le olvidara que el mundo sigue en movimiento fuera de su burbuja. Y, aunque es una pena que esos trances duren tan poco, la verdad es que no deja de sorprenderme porque cuando, de repente, vuelve al mundo de los mortales, siempre propone alguna idea brillante. Es como si socavara en el interior de su mente en busca de algo genial. Un tesoro escondido. Y el tío siempre lo encuentra. Me deja anonadada.
Alguna vez incluso creo que ha coqueteado también conmigo. Aunque, de manera tan sutil que ni siquiera sé a ciencia cierta si lo estaba haciendo. No sé qué ha pasado con el chico que conocí hace una semana, ese que iba directo a la yugular y me besaba como si fuera lo único importante en el mundo… Parece que, cuando se pone serio, lo hace de verdad, ¿no?
Debo admitir que este tira y afloja me está resultado demasiado excitante, porque no hace otra cosa que mantenerme en constante tensión por si hay alguna señal o gesto que debo interpretar.
El problema es que, cuando llego a casa, me paso las horas dando vueltas a cada una de las cosas que hemos hecho juntos, a cada indicio de que su comportamiento significa algo, a estudiar cada palabra por si llevara un mensaje oculto, y me enfado conmigo misma y con él porque me parece que me estoy empezando a enganchar demasiado, y me parece muy peligroso.
¿No estaré buscándole las tres patas al gato porque es lo que me interesa…?
Madre mía, es que me gusta mucho.
Ay, no he dicho eso en voz alta, ¿verdad?
Todavía estoy intentando cogerle el tranquillo a todo esto, pero, desde luego, pinta demasiado feo. Porque, si empieza a gustarme de verdad, no sé cómo le sentará eso a mi pobre corazón.